Me pide que
le cuente lo que hablamos.
El decía que lo había visto. Que lo vio. En un espacio
raro en el medio del parque. Nadaban las sirenas, personificadas en su madre,
su abuela y su hermana. Y cada una tenía algo importante que decirle, y se lo
decían. Y después empezaban a levantar
vuelo con unas alas anaranjadas que les crecían de los omoplatos y él se
quedaba ahí, tirado en el pasto,
mientras desaparecían en un cielo dorado, lleno de golondrinas, pero de frente
a él y levantando el dedo pulgar en señal de todo bien. Y puf. Él lo vio todo.
Y se lo contó todo, tipo doce, por teléfono. Hay testigos, gente que dice que
aparecieron por el Tigre porque la madre
parece que se crió en San Fernando y tiene una amiga muy querida por ahí que la
vio mientras regaba las plantas con la nieta y una vecina. También hicieron lo
del pulgar. Y me llama a mí. 4 de la mañana. Y yo que tipo 7 arriba por lo del
comité. Y me cuenta. Porque viste que estoy en el barrio, para que vaya. Y sí.
No. Claro. Y dijo que no, que ninguna droga pero que ya no veía nada. No. Nada.
No. Dice que la planta no la tocó. No. Voces tampoco. Y sí. Pero pará. Y con lo de las sirenas y que estaba
preocupado con eso de que no veía y la madre y la hermana y yo salgo. Sí.
Cuatro y media de la mañana. Son tres cuadras. Llego a la casa y paso directo
por el fondo porque tienen casa chorizo y yo los conozco de toda la vida. Yo te
conté que mi mamá y Marisa se juntaban a la tarde a sacarnos los pijos con el
mate, ahí, en ese patio. Y encaro el pasillo y ya las veo a las tres, sentadas
en la mesita del patio, cantando, con un montón de estrellitas de mar pegadas
en el pelo y unas colas de sirenas verdes brillantes, hermosas. Sí. No. Pará. Y entra a salir un agua del piso que las
levanta y las lleva a sus habitaciones y me hacen lo del dedo pulgar como que
está todo bien. Sí. Lo vi todo. La canción era hermosa. Algo decía. No. Todavía
veo algo pero ya empieza a haber olor a pescado.